Una noche en el tunel

Aqu�l era un d�a de tantos otros para Fernando. Como de costumbre, se dirigi� hacia el Metro para intentar pillar el �ltimo de la madrugada. Lo hac�a solo, ya que los amigos con los que sal�a, eran de fuera de la ciudad y de bastantes pelas, los t�picos "amigos" que nunca le acercaban.

Hace un a�o, jam�s hubiera ido solo a pillar el Metro,   porque la que era su novia por aquel entonces le acompa�aba a todos los sitios, se empe�aba en que todo ten�an que hacerlo juntos.

Fernando pensaba, cuando iba con ella, que era el cl�sico "perdedor" que no pod�a tener coche para volver a casa o pinchar con la parienta, aunque por desgracia, con esto �ltimo ni se atrev�a a so�ar; adem�s, estaba hasta los huevos de no salir con colegas. Ahora era el mismo perdedor, pero sin novia y sin amigos, o al menos, amigos de verdad.

De su novia, nunca m�s se supo y la verdad es que muchas noches se arrepiente de aquella historia perdida.

Nuestro amigo lleg� a la estaci�n de Metro de ‘Bilbao’ y como hac�a cada fin de semana, sac� de su bolsillo su abono transportes y pas� el inevitable torno, siempre custodiado a esas horas por los guardias de seguridad, al tanto de que ning�n gamberro acabe por joder la noche. Por suerte, no hubo ning�n incidente grave y Fernando ya se dirig�a hacia las escaleras. Una vez en el and�n corr�o hacia el tren que acababa de entrar en la estaci�n (el ruido que la m�quina produc�a al acercarse hizo correr a Fernando) , para no variar, Fernando haciendo gala de su nata "perdedur�a" y siguiendo t�citamente los mandamientos de la popular "Ley de Murphy", que era la �nica ley que reg�a su mon�tona existencia, vio c�mo las puertas del vag�n se cerraban irremisiblemente ante sus narices; para m�s INRI, tuvo que observar tras el cristal a dos "cr�os de la noche" levantando el dedo coraz�n de la mano derecha mientras pod�a leer en sus labios con claridad dos palabras: "��te jodes!!". Lo siguiente que vio fueron las luces traseras del tren que se apagaban en la profunda oscuridad del t�nel direcci�n "Avda. de Am�rica", donde �l deber�a haber transbordado.

Harto de la larga espera, Fernando sac� papel para comenzar la artesanal tarea de liarse un porro. Busc� en su cartera la peque�a "china" que sab�a que le quedaba. Finalmente, identific� entre sus monedas el "chivato" (fino papel de pl�stico que envuelve las cajetillas de tabaco), que acog�a en su interior tan preciado enser. Fernando no se caracterizaba por tener tabaco, por tanto, se acerc� a una ocupada pareja "en celo" (t�pica de los s�bados por la noche en cualquier banco o sitio donde acomodarse) y le susurr� al chico:

- Perdona, �tienes un cigarro?

El chico volvi� la cabeza desganado y sacando del bolsillo una aplastada cajetilla de Fortuna, se la ofreci�. Fernando cogi� un cilindr�n y volvi� a su asiento. Le estirp� la punta al cigarro para obtener la consabida "mora"; desmont� la otra parte del cigarro hasta obtener el tabaco que le permitir�a hacer la mezcla. Cuando empez� a "rular", se percat� de que la "pega" del papel estaba en la parte exterior. Esta putada , como tantas otras veces, le oblig� a comenzar a liar de nuevo, hecho que odiaba. Finalmente, tras repetir la operaci�n con �xito, sac� el mechero y se encendi� su particular lenitivo; en ese instante, mientras ve�a en la humeante punta del "peta" la �nica luz que alumbraba su vida, tuvo que observar c�mo otro tren se adentraba inexorablemente en los dominios del and�n. Le puteaba sobremanera tener que apagar esa jodida inyecci�n de felicidad, justo en su primera calada. Se incorpor� s�bitamente, con una inusual actitud de ganador causada por el esperanzador pensamiento de que pronto estar�a en casa; lo que Fernando desconoc�a es que esa noche ser�a m�s larga de lo que �l pensaba. Se acerc� a la franja amarilla del and�n para observar c�mo el tren no disminu�a un �pice su velocidad; el convoy, vac�o, dej� atr�s todo el entorno del and�n y con �l, la incr�dula cara de Fernando...